sábado, 31 de diciembre de 2011

Ella allí y yo tan lejos


Allí estaba ella, con su cabello largo que le golpeaba las mejillas. Yo detrás de una multitud la observaba cauteloso, como queriendo atesorar esos instantes en algún palacio de mi cabeza.
Ella miraba intranquila a un lado y a otro, con un banco en su espalda y sin querer utilizarlo, la incertidumbre la obligaban a estar de pie y a mostrarme a mí y al mundo su belleza. Allí estaba ella, con el miedo a que yo le fallara una vez más a sus fantasías y con años interminables de espera entre sus manos, mientras yo seguía de lejos observándola.
De a poco y cauteloso llegué a su espalda y como no siendo digno de tocarla rocé los dedos con sus hombros y de inmediato dio la vuelta. Una sonrisa, una lagrima en su mejilla y una mía comenzando el mismo trayecto, mientras sus manos reunían sus años de penas con las mías. Sin dudarlo dos veces solté sus manos y di media vuelta, tomando una marcha sin retorno. Mientras daba mis pasos sentí como ella dejó caer de sus manos el tiempo y el dolor, para no cogerlos nunca más. Mientras yo me condené a observarla desde lejos.

domingo, 2 de enero de 2011

¿Hace cuanto?


Se siente a lo lejos el aroma de la compañía, de la gracia insaciable con el toque de dicha indiscutible y junto a mí una risa invisible.
Mientras tú y yo sonreíamos una vez más sin saberlo, junto a aquellos que nuevamente bebían sin sentirlo. Acéptalo, más bien recuérdalo en ese mismo instante moríamos sin trascender y vivíamos sin ningún sentido.
Me pregunto cuantas veces hemos ignorado las razones de nuestras sonrisas, me pregunto cuantas veces hemos olvidado que no basta con simplemente sentir, sino que es necesario percibir. Sé que muchas veces he sido sorda a tantas palabras sin serlo realmente, mientras que recuerdo que hace algún tiempo perdiste tu vista, por no querer o por no saber las hermosas imágenes que te has perdido. Y entonces te miro e intento recordar la última vez que te vi ganar, sin tu obstinación por seguir perdiendo una y otra vez a cada segundo.
Déjame prestarte esta noche mi regazo, olvida tu ceguera que yo olvidaré mi sordera y entreguémonos a la muerte como solo tú y yo sabemos, junto a la balada de una sonrisa sincera en nuestros rostros y mañana cuando ya sea tarde trataré de olvidar que mientras yo vivo tu querrás seguir en una vida de perdidas, porque es esa la forma que hace años aprendiste para sobrevivir.
¡Qué más da! Esta noche dediquémosla a soñar enlazadas nuestras manos.